martes, 23 de enero de 2018

Rutas por los verdes valles: echando la vista atrás (4)


En la estrada Torrebarria con Pinilla: domingo, 5 de octubre de 2008 

(En la entrada anterior explicaba cómo lo abordé en esta estrada y mi presentación.)


Entonces le explico mis lecturas, el viernes, con su primer volumen de la trilogía, en la playa de Arrigúnaga, un poco después en La Galea  y por la tarde en La Venta. Le hablo también de la visita a La Arboleda, el sábado, leyendo escenas de Roque e Isidora.

“No puedo creerme que hayas venido sólo para eso”, me dice. Y yo: “Pues es el segundo viaje que hago. El primero fue con mi mujer y, ahora que puedo porque estoy jubilado, he venido solo”. Veo que tiene la paciencia de escucharme cómo surgió, de improviso, la idea de nuestro primer viaje en 2007 y la realización .

Me insiste que no sale de su asombro. “No creas que me pasa cada día que viene alguien y me dice que está visitando lugares de mis novelas. Me honra que hagas esto. Y a continuación me dice sonriente y, por lo que oigo, incrédulo: “Pero, ¿de verdad que has hecho este viaje por mí?”-

Le comento que he leído bastantes libros suyos y que sé de sus premios literarios. Me sonrío cuando me dice sobre ellos:” Como ya soy viejo, parece que los dan antes de morir. Pero no saben que ahora los viejos tenemos una vida larga”. Y aprovechando su sorna, le comento que me había parecido que en sus novelas había mucho sentido del humor - algunos diálogos son extraordinarios- y situaciones que movían a risa y me comenta que sí, que el humor ha sido muy importante en su narrativa.

Seguimos hablando sin movernos de la estrada. (El hecho de que un escritor al que admiras, te escuche de la manera como lo hacía él, no me dejaba salir de mi asombro y agradecimiento). Al comentarle que me gustaría leer sus libros de su ditorial Libropueblo, que eran difíciles de encontrar en Barcelona, me dice: “Ya miraré por casa; que me quedan algunos ejemplares”. Entonces le pregunto por Andanzas de Txiki Baskardo.Creo que tengo algún ejemplar, pero está muy roto”, me dice. “Me es igual- le respondo-. Ya lo encuadernaré”. Entonces me habla de su afición, antes, a encuadernarse los fascículos que iba comprando.

Me pregunta si he leído el libro de Antonio B. el ruso.“Sí,-le contesto-,  en la edición anterior a la de Tusquets, pero no recuerdo la editora. Tenía el título diferente: Antonio B. el rojo. Y no entiendo por qué le has cambiado el adjetivo”. Me comenta que con la dictadura podía haber sido perjudicial para Antonio, personaje real, el  adjetivo ruso por las posibles connotaciones políticas, aunque no tuviera nada que ver; que el franquismo tenía obsesiones nefastas, me dice.

“¿Y cómo lo conseguiste encontrar?”. Le explico que lo encontré casualmente en una biblioteca de Mataró; estaba entre los libros no informatizados y la bibliotecaria me lo proporcionó, junto con Recuerda,oh, recuerda (en edición defectuosa) y Seno, finalista del premio Planeta del 71.

Todavía estamos hablando en el sitio donde comienza la estrada. Como me va dando confianza le pregunto a botepronto: “Por cierto, nos tienes prometida una novela policíaca para desentrañar un crimen que en la trilogía no lo desvelas”. Me responde: “En febrero se publica la obra”. Y yo:“Estupendo. Pues la estaré esperando con ganas”.

Aparte de sus obras le hablo de su ateísmo, que no desaprovecha ocasión de defenderlo, le pregunto por su aversión al nacionalismo (“Soy anacionalista. Estoy en contra de cualquier nacionalismo. El nacionalismo hace mucho mal a la gente”)  y de su pasado comunista y le comento su claro posicionamiento  con los mineros oprimidos de las “colinas rojas” (“Tengo que explicarlo porque la gente joven no sabe nada de la tremenda explotación en aquellas minas. El capitalismo vasco tiene gran parte de su origen en esos lugares y años”). Se queda admirado (y eso me halaga) de lo informado que estoy de su obra y de su persona.

Llevábamos una hora (ahora que lo recuerdo, ni me lo creo) hablando. Ya eran las doce y él había salido a comprar el periódico y a dar el paseo matutino por La Galea. Yo estaba tan embebido hablando, que no era consciente de que le estaba robando tiempo y de que estaba él, con 85 años, de pie, aguantándome.

Y entonces, ¡oh destino!, me dice: “Yo ahora tengo que delinear el día. En casa me está esperando una amiga periodista. Si quieres, estás aquí a la una y media y comemos juntos en la playa de Arrigúnaga. El día invita a comer fuera”. Algo aturdido por tanta amabilidad al escucharme y por el ofrecimiento le digo: “¿En Arrigúnaga?” No tardé ni un segundo en responder.Naturalmente que acepto”. Y aunque hubiese hecho un tiempo de perros también  habría aceptado y donde él hubiese propuesto. 

Me despido hasta la una y media. Hacía un sol reluciente y cálido, casi quemaba. ¿O era yo el que ardía por dentro? Yo no podía con tanta emoción. Y me lanzo nervioso al teléfono para decirle a Loles, mi mujer: ¿Sabes con quién voy a comer dentro de un rato? Pero no hay respuesta a la llamada.

Subo hasta La Galea para hacer tiempo. Me siento en uno de los bancos orientados al mar y mientras escribo notas de mi encuentro, voy mirando el mar salpicado de barquitos de vela. Pero es al reloj al que miro una y otra vez. Ahora mi mente está en lo que vendrá: ¡la cita a la una y media!